jueves, 19 de diciembre de 2013

Me caso con este vestido, ah y con mi novio también.

Me llamo Sandra Lee, tengo 23 años, soy de Lakesfield (Alabama) y he venido a comprar mi vestido de novia.

Mi prometido se llama Skipy (o cómo se escriba, porque francamente este es un nombre del que me daría vergüenza dejar constancia por escrito) y sé que es el hombre ideal para mí porque es muy romántico y un auténtico caballero.

Nos conocimos en la universidad y me pidió que me casara con él en cuánto nos graduamos. Mucha gente aquí en el Sur, os dirá que se comprometió al acabar los estudios, pero es que Skipy me lo pidió literalmente en el mismo momento en que acabamos. En cuánto tiramos los birretes. Es más, me pidió matrimonio escondiendo el anillo en el birrete.

Yo tardé en enterarme, la verdad y ya empezaba a preguntarme porqué me perseguía por el campus tirándome el birrete a la cabeza, una y otra vez como quién le tira un freesbee a su perro. Pero fue una petición de mano muy romántica. Solo lo enturbió un poco la aparición de la policía del Campus que había recibido el aviso de que una chica estaba siendo agredida con un birrete arrojadizo.


Sé que mi prometido es romántico por lo de la petición de mano y porque cuando vamos a un restaurante siempre pide la comida por mí. Y eso en las películas siempre es señal de que un hombre es romántico, así que yo - cuando no tenía novio -  si tenía una cita con un chico y él me dejaba escoger mi propia comida por mí misma, como si yo fuera una persona mayor de 7 años sin deficiencias sensoriales, le dejaba inmediatamente.

Que ya he dicho que en las películas eso les encanta a las chicas. Ellas sabrán por qué, pero probablemente será porque Mathew McCone ... (si no sé escribir el nombre de mi novio, ¿creéis que sé escribir el de este tío?) no tiene la fijación por la pasta a la carbonara que tiene Skipy, creo yo.

He traído para esta prueba a mi madre, a mi tía Louella, mi hermana Kathryn, mis ocho damas de honor y unas primas mías de Winsconsin que no sabía que tenía hasta el verano pasado.

Me caso dentro de un año y medio, y para que no se me eche el tiempo encima llevo tres meses llevando a rastras a 14 bellezas sureñas por todo el estado. Antes venía también mi abuela Nanna, pero a la cuarta tienda nupcial me trajo un certificado médico de su geriatra.

Así que aquí estamos, esperando en un saloncito decorado (como el resto de la tienda) en colores pastel, de la tienda más grande de vestidos de novia de todo el Sur a que aparezca la dependienta, perdón la asesora, para perder con nosotras de una a tres horas y ayudarme a colocarme una media de 5 vestidos, lo que equivale a unos 48 metros de chantilly, tul, shantung y cualquiera otro tipo de tejido misterioso que no existe fuera del mundo de los vestidos de novia.

La dependienta aparece con su ropa negra y melena rubia de rigor. Y es que todas las dependientas de tiendas de novia del mundo tienen un código de vestimenta que prohibe cualquier color diferente al negro, o están de luto por la muerte de sus esperanzas profesionales, digo yo.

Cuando ve a tanta gente abarrotando la salita (hasta mi mejor amiga Shandy se ha tenido en las rodillas de mi mejor amiga Mindy) parece que le da un vahído, pero se repone rápidamente y pregunta:
- ¿Quién es la novia?
- Yo
- Y ¿quiénes son todas estas bellezas sureñas que te acompañan? ¿El coro parroquial de tu pueblo, bonita?

Media hora  y catorce presentaciones más tarde,  me pregunta que cómo quiero mi vestido:

- Me gustan con escote palabra de honor, escote corazóncorte tipo A, de baile y con mucha pedrería y que realce mi figura.

Se disculpa muy fina y veo que sale al pasillo, aunque entorna la puerta puedo oír como le pide una aspirina a una compañera. Vuelve a entrar y me sonríe.

- Bien. Y ¿algo más?
- Ah sí! Quiero parecer una princesa.
- Qué raro, es la primera vez que nos lo piden. Y ¿cuál es el límite de tu presupuesto?
- Entre tres mil y cinco mil dólares.
- ¿Conoces el concepto límite?
- ¿Cómo?
- No, nada, que quién paga
- Lo paga mi madre.

Entra la otra dependienta con la aspirina y un vaso, que mi madre le quita al momento y se lo toma todo de un trago.

Pasamos a los percheros y mis ocho mejores amigas corretean como locas cogiendo este y aquel vestido, entre risitas, mientras mi madre, muy seria le insiste a la dependienta:
- Quiero que mi hija parezca una princesa.
- Oh, vaya, intentaré acordarme de ese detalle.

Al fin, entro en el probador y espero a la dependienta, que tarda en venir porque ha sufrido una caída y un ataque de asma por el peso de 47 metros de tul ilusión.

Al fin me pruebo el primero: lo bueno es que no hace falta que compremos tarta, porque yo puedo hacer las veces. Salgo al salón donde espera hacinada toda mi corte, nada más entrar oigo un OOOOOOOOOH que creo que es de admiración, pero quizá no lo sea porque seguidamente se escucha:

- Brilla poco.
- Cuánto brillo

- Me gusta la parte de arriba, pero no la de abajo
- Me gusta la parte de abajo, pero no la de arriba.
- Mi abuela tiene unas cortinas iguales.
- Y la mía, pero en el baño.
- Te lo marca todo.
- Pruébate uno de cuerpo sirena.


Como no me queda muy claro, me giro y les pregunto
- ¿Qué? ¿Os gusta?

Cuatro vestidos más y más o menos el mismo resultado: cuando me pongo el que brilla, es demasiado recargado, cuando me pongo el sencillo, es demasiado simple, cuando el de sirena, demasiadas escamas...


Vuelvo compungida al vestuario, hasta que la dependienta (que ya se ha tomado tres termalgines) me da ánimos y me trae un vestido con tanta tela y tanto vuelo que no cabe entero en el probador y me lo tienen que colocar desde el pasillo.  Salgo ante mi público y advierto:

- Me encanta este vestido ¿a vosotras qué os parece? ¿parezco una princesa?

Se hace el silencio
- Como mucho, la prima esa griega
- No, no, la hija esa de la hermana del rey!

Se ve que no captan las indirectas fácilmente.

La dependienta y la dueña de la tienda que ha aparecido para ayudarla, se miran entre sí compungidas y dicen
- ¡Tenemos una idea!

Al momento traen un velo de dos metros veinte y me lo colocan con una peineta, junto a unos pendientes brillantosos y una diadema con más brillos aún, me giro y los comentarios positivos no se hacen esperar. Al parecer con un trozo de tela que lo tape, el vestido gana mucho.

Emoción a porrillo: mi madre no para de llorar, todas me ven mucho parecido con Sissi Emperatriz, y como en un nube de emoción, lágrimas y rimmel corrido, me miro al espejo y digo:
- Me siento como una novia.

Porque si te vas a casar y eres una mujer, resulta que no eres una novia o por lo menos no te sientes así hasta que tienes un vestido enorme y blanco. Te sientes como un Argaim Boy. Estos son los grandes secretos sobre el mundo nupcial que nadie os dirá.

A partir de ahí, mi madre me abraza llorando, mi hermana me abraza llorando, mi tía se vuelve a poner los tacones que se había quitado hace media hora, para poder levantarse y venir a abrazarme, pero como también está llorando, no ve una castaña y la tienen que ayudar tres de mis damas de honor. Y así, entre lágrimas, abrazos digo bien alto "Este es el vestido de mi boda" , mientras de fondo me parece escuchar  "qué poco pecho tiene esta chica ¿verdad?". Esas son las de Wisconsin, fijo.

El vestido de tu boda se emite en Divinity algunos sábados sí, y otros no, más o menos a eso de las 14, o de las 15, o cuando sea, y si véis un programa entero y no dicen el 80% de todo lo que he puesto en cursiva, os debo una sidra El Gaitero. Si este sábado no toca, podéis intentarlo con otro por el estilo que se ve que los compran al peso, pero el de las bellezas sureñas es este, advierto.



miércoles, 11 de diciembre de 2013

El paradigma perro

Centro de Salud de mi barrio. 11:15 de un lunes.

Una mujer increíblemente atractiva, a pesar de sus repetidas toses y de llevar un kleenex pegado a la nariz, hace cola en la ventanilla de administración:

- Cof, cof. Hola, vengo a cambiar la dirección de mi tarjeta Sanitaria.
- ¿Cuál es tu dirección?
- Tres Peces, 27. Tome, este es el papelito que el ayuntamiento ha tardado dos meses en mandarme después de cambiar la dirección por correo, cosa que no recomiendo a nadie, a pesar de lo ágil que es.

La mujer de la ventanilla, la mira con asco y le devuelve el papel con cara de profundo desprecio.
- A mí esto no me vale
- Pues es lo que me ha mandado el ayuntamiento.

La proba empleada sube la voz, porque todo el mundo sabe que si alguien no entiende algo a la primera, lo mejor es repetírselo exactamente igual, pero muy algo. Como cuando un extranjero que no habla nuestro idioma, nos pregunta una dirección "A LA DERECHA, DERECHA"

- A MÍ ESTO NO ME VALE

La bella enferma recapacita y adopta una maniobra diferente
- Vale, pues entonces quiero que me asignen médico en este centro al haber libre elección de médico en la Comunidad de Madrid

Hubiera sido una jugada maestra, si la ínclita se hubiera enterado de algo
- Pero ¿cuál es tu dirección?
- Tres Peces
- Pues no te puedo cambiar la dirección, porque no me vale este papel
- Vale, ol-vi-da-te de la di-rec-ción, quiero cambiar de médico por la libre elección de...
- Pero ¿cuál es tu dirección?
Nota para los residentes de la Comunidad de Madrid, si queréis pasar la tarde, id a cualquier centro de salud y decir que os queréis cambiar por la Libre Elección Sanitaria. Días de diversión en el centro de salud Pin y Pon.

"¡Oh, no!" pensó la bella enferma!! Hemos caído en bucle infinito, al que (por mis narices congesionadas) voy a llamar "El paradigma perro"

¿De cuánto acá ese nombre? Pues resulta que esta mujer de incontestable constipado tuvo una vez una compañera de piso americana que le contó que tenía un amigo que le conté a ella que ...(qué lío me estoy haciendo con la tercera persona, leñe)

Bueno, pues érase que se era un mozo de los Estados Unidos de América, que era ciego y que un día quiso comprar un billete de tren para ir a visitar a sus padres a Springsfall, Alabama (esto último es posible que no sea exacto).

En fin, que estaba el hombre delante de la típica ventanilla y va y dice....

- Hello ... bueno, hablemos en castellano en honor a nuestros lectores hispanohablantes, señora de la taquilla, pero incluyendo algunas palabras en inglés para que se note que somos norteamericanos. Hola, quisiera un billete para Littletown y ahí coger el tren para Springsfalls, Alabama, USA.

- Usted es ciego ¿no?

- Y usted un lince (lynx) señora ¿me da el billete?

- Son 14 dólares pero ¿tienes el carnet que te da derecho a descuentos varios por ser ciego?

- No, porque no me da la gana, pero gracias por preguntar. Tome, le doy estos bonitos 14 dólares ¿me da el billete?

- Ya, pero si eres ciego te tengo que hacer el descuento y serían 12 dólares.

- Pues vale, muy bien. Coja los 12 pavos (yo es que conozco muy bien la cultura local) ¿me da el billete?

- Pero si no tienes el carnet, no te puedo hacer el descuento.

(suspiro profundo del muchacho)
- A ver, buena mujer de escasas luces, si no quiere no me haga el descuento, pero deme el billete, por su tía Dona Mae.

- Pero es que te tengo que hacer el descuento (discount) porque eres ciego.

- Y usted tonta, si a eso vamos, pero venga hágame el descuento si le da la gana.

- Pero no puedo, porque no tienes el carnet.

- Sob, que es como lloramos los angloparlantes... Pues no me lo haga.

Este bucle podría haber continuado hasta el infinito. Pero la despierta empleada tuvo una idea brillante, bueno... brillante, brillante... tuvo una idea la buena mujer. La primera que tenía desde que la gente se preguntaba quién disparó a JR y ella se dio cuenta de que seguro que era alguien que le tenía manía.

- Si eres ciego, tendrás un bastón ¡Enséñame el bastón!

- No le voy a contestar lo que le enseñaría en estos momentos porque en este blog no se incluye lenguaje procaz. Pero vamos, que bastón (walking stick) no llevo, porque me ayuda un perro guía.

- Pues enséñame el perro guía.

Y lo que el chico (boy) le contó a mi antigua compañera de piso (la de los calzoncillos) es que aquello acabó cuando se imaginó a sí mismo cargando a un labrador de 35 kg en brazos, a la altura de la ventanilla.

Que ¿cómo acabó? Pues no lo sé, pero sospecho que perdió el tren, le pegó un grito o se fue a la estación de autobuses.

Aunque personalmente, me gusta imaginarme que el perro atacó a la ínclita ferozmente provocándole lesiones de por vida.

Yo soy así, me pierden los finales felices.