martes, 8 de marzo de 2016

Mis otras vidas. (La) Ginebra y el aguante

Como algunos recordaréis (probablemente los mismos que aún recuerdan cuando actualizaba mi blog más de dos veces al trimestre) que yo, aquí donde me veis (o no me veis, pero me leéis) he vivido muchas vidas y os las empecé a contar hace algún tiempo, tres o cuatro vidas antes de esta.

Podéis pinchar aquí si queréis conocerlas y de paso, me podréis ayudar en mi recuento de maridos pasados, que a estas alturas no me acuerdo de cuántos fueron.

A ver, que a veces me casé y a veces no, y que también me podríais ayudar a contar cuántos corsés tuve, cuántas profesiones desempeñé, cuántos vecinos aficionados al noble arte del zapateado, cuántos vecinos encantadores (esto se cuenta rápido), cuantos gatos que se llamaban Michi, cuántos hijos pecosos o cuántas muelas del juicio me quitaron, pero pensé que tenía menos gancho comercial, y además seamos sinceros ¿Quién lleva la cuenta de las veces que se ha casado en la vida?

Todavía contar lo de los corsés...

Ginebra, Suiza (cantón arriba, cantón abajo). Un momento indeterminado del siglo XIX

Nací en el seno de una familia de posibles y la mayor parte de mi infancia transcurrió sin muchas novedades, más allá de la preceptiva muerte prematura de mis amados padres y posterior crianza en casa de unos tíos lejanos.

Y es que en aquellos tiempos era una gran vergüenza para una jovencita de buena familia que aspirase a heroína romántica no haberse quedado huérfana en la más tierna infancia.

El paquete completo hubiera sido que mis tíos fueran malísimos y me encerraran en un ala pavorosa de su mansión, o por lo menos en un internado lleno de sádicas profesoras... pero no tuve suerte en eso y me tuve que conformar con criarme rodeada de todo tipo de comodidades y del cariño sincero de mis parientes.

En fin, que tuve que renunciar a convertirme en atormentada protagonista de alguna fantasía romántica y conformarme con educarme para ser un "ángel del hogar" y una "adorable criatura". Resumiendo: una pavisosa del quince.

Bueno, del diecinueve.

Ni siquiera me concedieron el inquietarme sobre si encontraría o no marido y de qué calaña, porque siempre se dio a entender dentro de la familia que tarde o temprano me casaría con mi primo (lejano ¿eh?, primo le-ja-no) Víktor, que por lo menos podía haber tenido el buen gusto de ser un señorito tarambana que me hiciera llorar mucho y sufrir por su amor, o algo así, pero nada, ni eso me quedaba.

El muy sosainas era un modélico estudiante de medicina en Baviera que ni sufría por estar enamorado de otra, ni era iracundo, ni desdeñoso, ni jugador, ni nada. Con deciros que cuando servían pollo lo que lo mismo le daba muslo que pechuga...

Si hubiera vivido hoy en día, seguro que me hubiera regalado peluches todos los sanvalentines, de esos que llevan un cartel que pone "I love you" o algo aún peor. Si es que existe tal engendro.

Hubo un momento, al finalizar sus estudios que postpuso - quizá demasiado - la fecha de la boda y por un momento albergué esperanzas sobre que aún podría protagonizar algún terrible drama, pero nos casamos y que si quieres arroz Catalina  ("Que si quieres arroz, Catalina" se decía mucho en la Suiza del diecinueve, como todo el mundo sabe).

Yo y el candor (en aquellos tiempos gastaba pelazo)
La boda fue por todo lo alto: su familia (y la mía, que para eso era la misma), los invitados, los vecinos, hasta los criados lo celebraron con abundante vino del Rin y jocosa alegría.

Hechos estos que suelen ir de la mano, quién sabe por qué.

En fin, que fue un día que produjo un gran alborozo en todos, con deciros que cuando mi reciente marido y yo abandonamos la fiesta seguíamos escuchando desentonados cánticos de la zona. No os puedo decir exactamente cómo eran pero sonaban más o menos como ... A ver... ¿Recordáis la canción de la taberna de La Guerra de las Galaxias?

Sin embargo yo, aunque sonreía con virginal candor (signifique eso lo que signifique) disimulando, me sentía frustrada en mi interior, al ver alejarse cualquier opción de ser una heroína trágica.

Ahora que lo pienso, hubo momentos que mi primo (lejano) se me antojaba algo más taciturno (que es como las personas de bien llamábamos entonces a sufrir dificultades en el tránsito intestinal) que de costumbre desde que volvió de la Universidad de Ingolstadt, pero lo atribuí al cambio de aguas y al cansancio producido por haber aprendido a deletrear correctamente Ingolstadt.

Pero mira tú por dónde mi noche de bodas iba a dar un giro completo a mi existencia.

Noooo, no os emocionéis, que mientras mi pichoncito pasaba un tiempo singularmente largo en ponerse el camisón ese tan sexy que llevaban entonces los caballeros, una horripilante criatura de más de dos metros, rasgos deformes y unos costurones que causaban terror (y que tantas veces he visto en mis vidas posteriores como resultado de chapuceras operaciones de apendicitis) irrumpió en la habitación.

Si no os acordáis de cómo empezó este párrafo, tranquilos, yo tampoco.

Resumiendo una escena que resultó ciertamente desagradable, la monstruosa criatura segó mi vida de una forma especialmente cruel, y no lo digo por el abundante el baño de sangre, sino porque incluyó que lo último que escuché en mi vida fuera la musiquilla esa de la cantina de "La Guerra de las Galaxias" (que ya hay que tener mala fé).

¡Resulta que mi maridito, en la universidad, se había dedicado a dar la vida a un cadáver en sus ratos de ocio! Que es lo que tiene la carrera de medicina, que deja muchos ratos muertos (je-je "muertos" ¿No os hace gracia? ¿Seguro?).

Y pensar que un día me confesó que había cometido un terrible error en su vida de estudiante y yo creí que le daba vergüenza decir que se había hecho de la Tuna (que es para sentir mucha vergüenza, en verdad).

Aquí una impostora. La única novia de V.F. fui yo
Mis últimos momentos de vida, mientras agonizaba en brazos de mi inconcluso esposo que me pedía perdón una y otra vez, en una escena que hubiera resultado preciosa de no ser porque mi primo (lejano) llevaba un gorro de dormir de esos con borla, fueron para asegurarle que no le guardaba rencor porque:

a) Al final cumplía con mi vocación de damisela con trágico destino.

b) Nos había ahorrado a ambos un largo, endogámico y aburridísimo matrimonio con un pariente (por muy lejano que fuera).

c) Tampoco hay que enfadarse con tu marido porque haya creado una Criatura desorientada para después dejarla abandonada a su suerte hasta que se convierte en un monstruo sediento de sangre, que desde luego "hoy en día las parejas no aguantan nada".

d) Peor hubiera sido lo de la Tuna.



Y por eso se dice aquello de "Hacer el primo".