Qué: una peligrosa cacería de un mueble zapatero
Dónde: un polígamo industrial de esos que quiero dominar, si
es que se me resiste lo de los pantalones vaqueros.
Cuándo: un sábado de lluvia intensa, que es cuando mola ir a
estos sitios.
Banda sonora: la música de presentación de El Hombre y la
Tierra.
La misión era arriesgada, a qué negarlo, porque por su
naturaleza díscola, el mueble auxiliar resulta de lo más levantisco y no se atrapar
tan fácilmente como el depredador desearía.
Ellos están ahí paciendo, tan tranquilos en sus catálogos y revistas de decoración (los muebles son mayoritariamente rumiantes como todo el mundo sabe) y parece que basta con que vayas ahí y los atrapes, pero ¡no! Nada es tan fácil como parece y cuando te acercas a ellos, la manada tiende a dispersarse y a salir huyendo con una velocidad que nunca hubieras pensado cuando consultaste esa esa web en la que se les veía tan tranquilitos.
Quiénes: mi hermana y yo, pertrechadas con nuestros cazamariposas y nuestros salacot ¿salacots? ¿salicots? ¿salakovs? reglamentarios.
Preparación previa: unas treinta y dos mil webs, pero había llegado el momento de reconocer el terreno y probar el material con nuestras propias manos y, sobre todo, abrir y cerrar las puertas, que es una cosa que nos encanta hacer.
Cuando veíamos pisos, lo primero que hacíamos era abrir y cerrar todas las puertas y ventanas de la casa en cuestión. Pero en cualquiera ¿eh? daba igual que la casa nos pareciera un zulo horrible del que estuviéramos deseando salir, era ver un armarito de cocina, y lanzarnos como locas. Yo lo llamo:”Operación Bisagra”.
Primera Parada: Mega cadena nacional del bricolaje.
Después de algunas escaramuzas llegamos a la zona de los famosos zapateros. Muchas cajas con las piezas y ningún zapatero ya montado. Pues no los veo, pues yo tampoco, vamos a buscar mejor. El cazador, el auténtico cazador, no debe sentir vergüenza de pedir ayuda a quién haga falta, y si hace falta alzar sus ojos a Dios, se alzan. A Dios, o a un estante que está como a 2’50 metros del suelo, donde han colocado los muebles montados.
Nuestro sexto sentido de cazadoras nos decía que ahí no íbamos a poder abrir y cerrar muchas puertas, no es por nada.
Encontramos un guía nativo resultó ser más o menos como todos los guías nativos que se precien: ganaba poco, la misión le importaba menos que qué hacíamos ahí con unos cazamariposas, y en su futuro laboral veía claro que pronto caería por un barranco con un grito (cuando lleva ahí toda la vida, mientras los británicos que no han estado ahí jamás, sobreviven hasta el último rollo de la película).
Segunda parada: tienda de muebles como monilla con nombre francés.
En los abrevaderos del menaje del hogar, se congregaban
multitud de cazadores de rebajas, especialmente mujeres, que se conformaban con
la caza menor de tazas, delantales y platitos a juego, mientras sus crías (las
de las cazadoras, no las de las tazas) probaban unos sillones que parecían
comodísimo, por lo menos si no pasas de los 7 años.
Zapateros solo había uno, y si queríamos en catálogo. Abrimos y cerramos un ratito el mueble hasta que nos cansamos, y continuamos camino al siguiente campamento. Además nos faltaban unos zapatos para ver qué es lo que realmente cabía ahí dentro.
Tercera parada: una tienda que ha cerrado.
Cuarta parada: una que no encontramos (la maldición de los polígamos industriales)
Quinta parada: ¿y si nos vamos a comer?
Sexta parada: una tienda de muebles baratilla, que para entendernos, no es Ikea.
Ahí nos enfrentamos con una curiosa raza de muebles para montar, que en sus envases tenían el nombre en letras muy grandes “Plastiken”.
- Hombre, lo bueno es que no engañan a nadien.
- Yo preferiría que fuera de maderén.
- Si tuviéramos unos zapaten..
Así estuvimos el resto del día, que en la vida del cazador, también hay un hueco para el humor. Sí, era humor, en serio... de verdad, bueno pues a nosotras nos hacía gracia.
Séptima parada: tienda de muebles con nombre propio, en plan Fernando Parriego o Cristina Fidalgo, o algo así. No confundir con tiendas que se llamen algo así como Martínez e hijos.
¡Pastos peligrosos, vive Dios! Esto no os explicarán nunca en Jara y Sedal, ni siquiera en Linde y Ribera. Jo, cómo envidio a los que ponen esos nombres a las revistas temáticas, en serio, qué creatividad.
Vimos un magnífico ejemplar, despistado bebiendo mientras su grupo le había dejado solo, mientras se iban a una web de decoración, un magnífico zapatero de 575 €, que estaba de rebajas, antes costa 640 €.
Abrimos y cerramos la puerta tres o cuatro veces (para no perder la costumbre, claro) y yo le dije al guía que no nos valía porque la puerta al abrirse se daría con la cama de mi dormitorio (cosa cierta, por otra parte).
Mi expedicionaria hermana se partía "¿O sea que no es por los quinientos euros, no?" No, no qué va, yo soy una persona que se gasta cien mil de las (únicas) pesetas (existentes, que no son antiguas, leñes), así sin pestañear. Sin pestañear, porque debería estar catatónica para hacer eso (y disponer de 600 euros, claro).
Buscando más tiendas acabamos en un extraño callejón donde dos coches que estaban aparcados, en cuánto nos vieron, arrancaron e intentaron salir del callejón y después, volver a entrar.
Decía mi hermana que algún negocio turbio se traían en aquel recóndito lugar.
- Seguro que son narcotraficantes y nos van a atracar.
- Mujer no sé, si ya tienen lo de las drogas, para qué se
van a dedicar a atracar a los cuatro gatos que caigan por aquí.
Y en medio de esto PUM! un ruido de lo menos prometedor, y nosotras sin tener a mano a un nativo al que sacrificar. En fin, que la rueda se había metido en un boquete enorme que hasta se veía un poco del nife.
Aun así, conseguimos salir de esa, y ahora os puedo decir que dispongo de información fiable que confirma que sí, que eran narcos, de hecho un peligrosísimo cartel internacional, contra el que el FBI llevaba preparando una operación desde hace meses, junto a la Europol y Securitas Direct, ya les iban a pillar en un intercambio cuando aparecimos nosotras y lo fastidiamos todo, lo digo porque me pareció oír la voz gangosa de un walkie talkie (en la Europol no hay presupuesto para móviles)
- ¡Aborten operación, aborten operación!
- ¡Dieciocho meses de trabajo tirados a la basura!
- Pero ¿quiénes son esos? ¿los colombianos? ¿los turcos?
- No sé, pero he oído que decían “Nos hemos quedado sin la
rueden”.
Epílogo: cuando llegamos por fin a Madrid, bajamos del coche
y al recoger del maletero los abrigos y algunas cosas, le pregunté a mi
cazadora hermana
- Oye ¿esta bolsa es algo mío?
- No, son unos zapatos que llevaba por si me hacían daño los
botines.
- ¿Unos zapatos? ¿Hemos llevado unos zapatos todo el rato en
el coche?