En un día como hoy, me vuelvo a plantear qué alternativa queda a trabajar. Y quién dice a trabajar, dice a buscar trabajo, estudiar, opositar o similares.
Resumiendo que no me refiero a encontrar OTRO trabajo, sino a una alternativa total al hecho de ganarse el pan con el sudor de tu frente. Algo particularmente asquerosito si además de ganarlo, lo produces.
Siendo sinceros, creo que, por lo menos en mi caso, mi alternativa más seria consiste en descubrir qué ocurrirá antes: Desahucio o muerte por inanición. Por algún motivo, he descartado ambas opciones.
Así que pasaremos a examinar las opciones que existen en el vox populi, las películas de después de comer y las cosas que le pasan al primo de un amigo.
Hoy hablaremos de las alternativas que llamaremos “de contacto” (iba a decir algo de un pegamento, pero la verdad es que era lamentable)
- Casarse con un millonario:
Durante mi lejana infancia se hablaba de esto con mucha normalidad, y llegué a convencerme de que este era un futuro personal digno, altamente productivo y por supuesto, realista.
A la larga ha resultado ser igual de realista prosperar así que trabajando duramente. Si no más.
Por supuesto que nos casaríamos con el típico millonario de guardia que todo el mundo conoce: Guapo y encantador, a la par que sumamente enamorado y fiel. Ahora que lo pienso, quizá todo esto se hubiera evitado si nuestros padres hubieran sido más estrictos y nos hubieran obligado a ir a la cama cuando empezaba "Hombre rico, hombre pobre".
En fin, que era un bonito momento lleno de esperanzas, yo en concreto, era feliz mientras conciliaba el sueño debajo de mi sábana de ositos, confiando en que algún día un yunque se decidiera a acertar de una puñetera vez encima del pesado del Correcaminos.
A veces incluso me atrevía a desear que justo en el momento del fatal accidente, casualmente le hubiera ido a visitar cierto canario mostruosamente braquicéfalo. Aaaaaaah, qué bonita aspiraciones infantiles.
Yo no sé las demás, pero yo por lo menos, jamás me preocupé de los aspectos logísticos (sobre todo porque no había oído esa palabra en mi vida, supongo), convencida de que mi belleza incontestable (hacía por lo menos tres entradas que no lo decía), me abriría todas las puertas.
Las puertas de esos lugares (fueran los que fueran) donde supongo que vivían esos ricos tan ricos y tan majetes, que deben estar escondidos porque yo por lo menos, no he visto uno en mi vida.
Los años, la divulgación popular del término “acuerdo prenupcial” y Fernández Tapias, además un espejo de cuerpo entero que pusieron en mi cuarto y una reducción drástica en mi nivel de estulticia me hicieron abandonar esta vana esperanza y por fin dedicarme a algo realista: Jugar a la primitiva.
- Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos:
Esta opción es un clásico que han seguido grandes personalidades como Carmina Ordóñez.
Tiene dos inconvenientes: Requiere un alto grado de colaboración de tus padres y/o tus hijos y por supuesto y es imprescindible procrear lo antes posible.
- Heredar
Hay quien consigue llevar a cabo una variante de la opción gracias a familiares, pueden ser ceranos o no, pero si no lo son, mejor que tengan una relación inversamente proporcional a su riqueza.
Valorable: Experiencia demostrable en adulación sin límites y falta de vergüenza en la misma medida.
Una recomendación que creo que os resultará útil a los que toméis esta senda, y en la que a lo mejor no habéis caído, es que insultar y/o ignorar al familiar en cuestión, no es tan recomendable como pudiera parecer en un primer momento.
Sé que hay gente que desconoce este dato porque de hecho tuve un compañero de trabajo (sí, alguien había considerado que este ser podía desempeñar un puesto de trabajo) que andaba muy quejoso porque una tía suya acaba de fallecer.
Perdón, he pulsado el retorno de carro antes de acabar la frase, acababa de fallecer y no le había dejado nada en la herencia, motivo por el cual repetía cuál letanía por los pasillos, a quien quisiera oírle, y a quién no, pero al que pillara con las orejas puestas:
- Será japuta.
Japuta o palometa, que añadía una compañera.
Por si alguien tiene alguna duda sobre si esta opinión sobre la citada tía se la comunicó en vida, o si con una artera maniobra la conseguía disimular y ante ella aparecía como un sobrino ideal, el ínclito también nos deleitaba también con la historia de su otro tío, en este caso sin obitar, que también disponía de una posición económica desahogada.
Solía comenzar comparándolo no ya con un pescado azul, sino con el del papá de los siete cabritillos, que por cierto me pregunto dónde estaba cuando la señora cabritilla madre les dejó solos para hacer un mandao.
A lo que iba, el primo de los siete cabritillos solía continuar diciendo:
- Pero seguro que se lo deja todo a los curas. Los curas que siempre están haciéndole la pelota. (¿Y eso no te da una idea, alma cándida?)
- ¿Pero tú vas a verle alguna vez? ¿O le llamas, o algo?
- ¿Yo? (muy sorprendido) ¡No, nunca! (muy enfadado)
Sí, casi mejor que no le llames, porque total, para lo que le llamas…