jueves, 15 de febrero de 2018

Mi mortal enemiga strikes again

En estos días que tanto ha nevado ora aquí, ora allá (esto también aprendí a decirlo en otra vida), he recordado como hace ya unos añitos conté en este blog mis experiencias con el líquido elemento cuando se vuelve tan blanquito y tan... Mejor que os leáis (si queréis), vale que solo es un remozado de aquella entrada, pero ni yo me acordaba de lo que escribí en el año del Señor de 2009, así que los cuatro lectores que le quedan a este blog, supongo que tampoco. Helo aquí:


Érase que se era una niña que soñaba con que un día, al despertar, oiría las palabras mágicas "Ha nevado". Entonces correría hasta la ventana y contemplaría un paisaje nevado, unos árboles preñados de copos y un suelo completamente blanco, como sacado de "Mujercitas". Sí, además de ingenua, era muy cursi, porque lo de los árboles "preñados", no me diréis...

Pero aunque algunas (pocas) veces pudo escuchar aquellas palabra, la nieve que tanta ilusión le hacía apenas sí caía, y mucho menos cuajaba y a media mañana solo quedaban unos pocos restos negruzcos en alguna cuneta asquerosa (como si hubiera cunetas que no lo fueran).

Así que ni podía ir en trineo con un manguito (ay, esa ilusión aún la tiene), ni podía saltarse el colegio porque, siendo sinceros, librarse del cole gusta muchísimo, aunque tenga que haber un tornado que se lleve medio país por delante.

Confesaré ya que yo soy aquella niña (pedazo de spoiler) y que una gran nevada, grande, grande, no la he visto hasta hace 5 años aproximadamente, o sea, cuando ya trabajaba y para mí la nieve era sinónimo de gran atasco, y resbalones en la calle.

Como el año pasado en el trabajo, que se me caían las lágrimas imaginándome que no podía volver a casa y que nos quedaríamos ahí aislados, teniendo que recurrir a opciones extremas para no pasar hambre, cosas tan abyectas como... no quiero escandalizar a nadie, pero un momento que pensé incluso en comerme un sándwich de máquina. Ea, ya lo he dicho, siento si he herido alguna sensibilidad (gastronómica).

Y es que los fenómenos metereológicos me odian, quizá porque nunca sabré si se dice metereológicos, meterológicos, meteóricos o yo qué sé (que reconrosillas que son las isobaras, la verdad).

Pues bien, esta bonita mañana, al levantar la persiana, he visto una nevada de las que soñaba cuando era niña: Una capa gordísima de nieve, casi sin pisadas y ni la más mínima pinta de que fuera a desaparecer en horas y horas.

Escenario correcto, momento incorrecto: Lunes a las 7 de la mañana y dejé el colegio hace más de 25 años. 

Hace pocos años, solo podía ir en autobús, pero ahora puedo ir en metro, que por extraño que parezca es la ruta más larga y procelosa, además me pilla más lejos de casa, pero previendo el atasco del millón de dólares, es el medio de transporte por el que he optado.

Así no me pasará como la penúltima gran nevada, que cuando el bus se quedó totalmente varado en la nieve, llamé a mi oficina y le dije a la recepcionista lo que pasaba y añadí: Bueno, si veo que nos empezamos a devorar unos a otros, ya te avisaré.

Sí, se lo dije, es cierto.

Después el autobús consiguió arrancar y anduvo unos metros dando tumbos, que la gente acompañaba con oooooooooeeeeee. Y es que al final va a ser verdad que en España somos muy flamencos (quién lo hubiera dicho)

Pues bien, he salido de casa y para mi inmensa alegría he visto que había un pasillito en la acera, con su sal y todo. 

La felicidad me ha durado lo mismo que el pasillo: 5 metros, y es que se ve que solo han limpiado en lugares selectos, que no digo yo que mi portal no sea un lugar selecto, pero desde ahí ¿A dónde voy?

En mi caso, he ido a luchar contra los elementos, o lo que es lo mismo, a intentar bajar una cuesta con un desnivel del 40% y con hielo.

Que ahí quería ver yo al "Último superviviente" ese, y que deje de comer gusanos y otros bichos (que no sabemos qué le habrán hecho al hombre), y que intente llegar a trabajar desde la periferia, el día que nieve.

Yo le he dicho muchas veces, yo a esos grandes aventureros que salen en la tele haciendo el chorra por ahí con chalecos con muchos bolsillos, les daba un bono-bus y les decía que fueran desde una urbanización en alguna parte perdida de la provincia de Guadalajara (a 15 minutos del centro), hasta un polígono industrial de Fuenlabrada escogido al azar, y te digo que termina llorando hasta el más pintado.

Ya les estoy viendo mientras buscan desesperadamente unos kleenex en los trescientos bolsillos para enjugarse las lágrimas.

Volviendo a mi aventura, ha habido un momento en medio de la cuesta abajo esa helada, en que yo también he estado a punto de llorar. Cómo me habrá visto de desesperada un tipo que había por ahí, que me ha gritado:
- Agarrate aquí, agárrateeee.

Hay que decir que mi caballero andante tenía una voz "aguardentosa" a la par que una pinta de lo menos recomendable, pero en semejante circunstancia he pensado que era mejor no tomar muy en cuenta el consumo de bebidas espirituosas del caballero.

Y es que en ese momento, me hubiera agarrado hasta a Matías Prats y le hubiera reído hasta los chistes, me hubiera agarrado a cualquiera, incluso, incluso...¡Incluso a Sánchez Dragó!. Vale, quizá en ese caso, hubiera preferido esperar al deshielo.

Por fin llego a la estación de Metro, y en la puerta me para una chica
- ¿Sabes dónde está la Avenida de Somosierra? (Que buena calle para ir hoy, eh?)
- Pues no, pero ¿Dónde vas exactamente?
- Pues voy a la Avda. de Somosierra

Sí, algo había oído al respecto... 
- Ya pero ¿Me puedes dar alguna referencia más?
- Ah, sí, sí....
Resumiendo: Iba al 5º pino, esa no ha llegado, palabrita, a menos que llevara los esquíes de travesía escondidos.

Segundo capítulo: El Metro no iba tan llenísimo como me estaba temiendo, hasta que hemos llegado a un estación que simplemente sirve para que todo el mundo se baje y cambie de tren.

¿Cómo expresar lo que había en el andén esperándonos? No sé... ¿Habéis oído alguna vez que en los años 60, las películas que iban a tener escenas muy espectaculares, con muchísimoos extras, tipo "Doctor Zhivago", se rodaban en España?

Lo certifico: Se rodaban en España, en concreto en la estación de Metro donde he estado yo esta mañana.

Para salir del vagón, nos habían hecho un pasillo, como el los futbolistas, pero a lo bestia, llegabas al fondo del andén y se acababa el pasillo, pero no podías pasar. 

Una iba diciendo Guau-guau-guau. No sé si sería la que decía lo de oooeeee cuando pasó aquello del bus, o la hija de Joaquín Luqui. 

Pasar al otro andén, donde iba a pasar nuestro tren, ha tenido su gracia, menos mal que los seguratas lo amenizaban pegándonos gritos, mientras sus perros ladraban. 

Unos que cogen un tren y van hacinados, con unos guardias muy malos con perros...¿En qué película he visto yo esto?

Al llegar al famoso andén, ha quedado claro, que todos no cabíamos en el tren que llegaría.

Así que lo hemos dejado pasar, después ha llegado otro, y ha sonado por megafonía:
- Este tren no admite viajeros.

Bueno, el tren no admitiría los viajeros, pero los viajeros admiten cualquier cosa y se han metido a saco.

Ha vuelto a oírse:
- Este tren no admite viajeros.

Varios nos hemos quedado fuera mirando a los de dentro pensando "Qué tontuelos" y los que los de dentro nos miraban como pensando a su vez "Creo que me he dejado el audífono en casa".

Así nos hemos quedado unos y otros mirándonos cuan rivales de peli del Oeste, a ambos lados de las puertas de los vagones, bueno, pero con más cara de "desorientados" que otra cosa. Algunos que estaban dentro, asomaban la cabeza por las ventanas (la actitud más inteligente, antes decapitado que no enterarte).

Al final han sonado los pitiditos de costumbre, se han cerrado las puertas y el tren se ha ido con un buen número de personas dentro, quién sabe a dónde ¿A cocheras? ¿A su destino? ¿A la dimensión desconocida? 

Si mañana véis en el periódico "Record de denuncias de desapariciones, ayer en la capital". Pues ya sabéis quiénes eran...

Así que después de dos trenes diferentes, pude subirme en uno, que no iba hasta los topes, y así he podido fijarme en que aunque había gente que hasta llevaba esas botas que dan tanto miedo ¿Cómo se llaman? Ah, sí, de goretext y otros pasaban de todo, como la de mi lado, que llevaba zapatitos de charol de tacón de aguja, medias y falda. Antes descalabrada que sencilla.

Yo pensaba que al llegar a la parada de mi oficina que está en la zona noble de la capital, todo sería mejor, y me decía a mí misma:

- Mujer, en la Castellana, habrá sal y estará limpio.

Y habrá, habrá... esta tarde seguro que habrá sal y estará limpio, porque cuando yo he llegado solo faltaba el trineo que llevaban las de "Mujercitas", que yo me hubiera subido encantada, incluso sin manguito, sobre todo porque era lo único que tenía pinta de poder desplazarse en ese escenario.

¿Que si he llegado? Bueno, media hora tarde y después de pisar todo el césped del barrio (lo siento, era él o yo), he vislumbrado el edificio de mi oficina, con la misma ilusión que deben experimentar los peregrinos que ven la Catedral Santiago a lo lejos y he pensado, embargada por la emoción:

- ¡Lo que más odio de estos días, es que me hace desear llegar al trabajo!