Empezamos el día con buen pie, cogiendo fuerzas en un sitio muy mono de nombre italiano, que no consigo recordar, he aquí el ligero desayuno que los Bibs una vez más, estaban a punto de atacar. Yo, un café bebido porque a mí el dulce (poniendo cara de asco) no me dice nada.
En serio lo digo, ahora mismo me estoy mordiendo los labios para no darle un bocado a la pantalla
Pero venga, como no me va a gustar, pero si le miras fijamente te habla y todo, a mí por lo menos, me está llamando por mi nombre. Y me dice “Cómeme”, que entiendo perfectamente a Alicia. Sí hombre, Alicia en el País de las Pastelerías.
Huyamos ya del vicio y refugiémonos en el mundo del ciencia y el saber: El Museo de Historia Natural.
Intentando resumir, diremos que es un macro museo en el que hay un inmenso planetario, enormes salas dedicadas a la vegetación y minerales de varias partes del mundo, salas con dioramas, esqueletos de dinosaurios, animales disecados de los cinco continentes...
Y a nosotras nos quedaban unas pocas horas en Nueva York, en las que además teníamos que comer, comprar algún regalo de última hora y volver al hotel, con tiempo suficiente para que nos recogieran para llevarnos al aeropuerto, a las cuatro y media de la tarde.
En fin, que hubo que tomar importantes decisiones sobre qué salas ver a todo trapo, qué regalos comprar a todo trapo y en qué sitio comer a todo trapo.
Lo de comerse un trapo fue lo más asqueroso, sin duda, pero bueno, después de la taza esa con pelos, todo me parecía bien.
En el museo escogimos ver el mundo submarino, con una reproducción inmensa de una ballena azul (“Inmensa”. A ver, Mari Pili ¿cómo va a ser una reproducción de una ballena azul?), la sala de los dinosaurios (reproducciones de los esqueletos chachi-piruli que tienen guardaditos a buen recaudo), un par de dioramas vistos a todo correr (por favor, qué cosa más mona) y un par de salas de animales.
Los Bibs exponiéndose terriblemente en nombre de la ciencia. La tipa esa parece tan tranquila porque era una inconsciente de esas que pueblan los museos del mundo.
Y aquí viene lo difícil, y es que estos animales no son reproducciones, sino animalitos reales disecados. Aaaays, qué poco me gusta lo disecado, de verdad, nunca me cansaré de decirlo. Y es lógico, porque raramente el que se repite mucho se cansa, los que le tienen que aguantar. ¡Ah, eso ya es otra cosa!
Pues sí, ahí estaban por ejemplo unas gacelas, todas bastante fenecidas, o unos elefantes “de cuerpo presente”. ¿Y cómo han llegado ahí? Pues resulta que ellos estaban donde estuvieran, no sé, la sabana, o el zoo de la peli Madagascar, o dónde fuera, y eran todos muy ancianitos, pero mucho-mucho-mucho y cuando ya se iban a morir, decidieron hacer testamento y donar sus cuerpos al museo, para que así, niños y mayores pudieran disfrutar de …….¡¡No puedo, no puedo, es horrible!! Están muellltos, pero mueltos-mueltos, que haces ruido y ni se mueven ni nada.
Si hay hasta unos cachorritos de león que se te cae el alma a los pies, hombre por favor, que de verdad que nos hacemos una idea. A ver puesto un peluche y todos tan contentos, sobre todo los cachorros, no es por nada
Me estoy imaginando los leones disecados y al lado unos peluches de Simba y no sé si no me parece aún más desasosegante, tipo las muñecas esas grimosas de caras de porcelana.
Ay, esas muñequita ¿ya hemos hablado de ellas? Que están ahí en sus casitas, sentadas a punto de tomarse un té que nunca se tomarán (escalofrío), esas sí que están difuntas ¿verdad?.
Ahora que lo pienso, difuntas, pero propietarias de casas de por lo menos dos pisos. Cielos, envidio a unas muñecas y encima de las chungas.
Y en esto estábamos cuando vimos que eran como la una y veinte. Ante nosotras se abrían dos grandes posibilidades: Ir al planetario, donde teníamos hora para ver un pase a la una y media y estar ahí hasta las dos o así, cuando pensábamos ir a comer. O bien ver alguna otra sala y hacer alguna compra de souvenirs de ultimísima hora.
¿Cómo emplearías vosotros esa última media hora de vuestra vista neoyorquina? ¿Cómo creéis que lo hice yo?
Nosotras al final, nos metimos en el pase del planetario, convencidas de que sería espectacular.
Y sí que lo era, como todo ahí, asientos comodísimos, imágenes apabullantes, sonido excelente. Y una voz grave y rota de mujer que en un momento dado se presentó.
- Hello I’m Whoopy Goldberg.
¡Anda la osa (mayor)! ¿Y qué tal, Whoopy? No se sabe mucho de ti últimamente bueno, por lo menos no te llaman para lo de los Oscars, que tiene una pinta de ser un palizón de mucho cuidado.
Aquí estás mucho mejor, más descansadita, mujer, que ya tenemos una edad. Pero por favor, no vayas a ver la sala de la familia del Rey León … bueno, no te quiero dar un disgusto.
Vaya, qué voz tienes Whoopy, tía, tan profunda que parece que te mece, y qué butacas más cómodas y qué sala más oscura y que zzzzzzzzz.
Sí, amigos, no sé que habréis contestado pero sí, utilicé mi última media hora en Nueva York para quedarme dormida.
Oh, campos de asteroides, oh, mustios agujeros negros.
Al final, compramos los últimos regalitos corriendo, sin conciencia alguna de lo que estábamos haciendo, iba a decir “como en un sueño”, pero mejor no hacer más sangre.
Para mejorar un poco mi imagen, diré que nuestra última comida fue sana y ligera (que sí, que esta vez es verdad) en un magnífico restaurante vegetariano: Pacefood Café. Como muestra este rico sushi vegetariano acompañado de jicama, otra cosa que necesito volver a comer.
Bueno venga, que os había engañado, lo último-último, no iba a ser tan ligerito no. Algún caprichito se tenían que dar los pobres Bibs y es que no sabían que les esperaba lo peor…
La tarta de zanahoria que se sale del plato, la mejor amiga de un Bib.