Teorías sobre las energías no renovables

Tengo una teoría, es una teoría que es mía y quiero compartirla con vosotros antes de que alguien me la robe.

Aunque ahora que lo pienso, si la comparto  hay más posibilidades de que me la roben. ¿No crees, Thomas? ¿Thomas? Thomas Alba Edison ¿Dónde vas tan deprisa, con mi prototipo de bombilla debajo del brazo?  ¿Por qué le preguntas a ese señor si sabe por dónde cae la oficina de patentes?

Da igual, no os vais a librar, porque es voy a soltar la teoría igual.

Empezaremos por la explicación de quiénes son los primeros sujetos de estudio: Los niños.

Los niños, por si no os acordáis ahora de a quiénes me refiero, son criaturas fácilmente identificables porque conocen a fondo, y ponen en práctica a diario, la teoría del movimiento continuo.

Corren y saltan y hasta van medio bailando por la calle: dos pasitos cortos, un saltito, otros dos pasitos cortos.

Ah, también se les reconoce porque son los únicos que entran a un vagón del metro sonriendo y (si son menores de 5 años) saludando a la gente. Y la gente les responde ¡Holaa! en vez de agarrarse el bolso con más fuerza.

Diréis que también se les puede reconocer por su altura. Pues no sé qué deciros, a mí, mi vecino del primero, me saca una cabeza desde la primera vez que intentó hacer primero de la ESO.

La cosa es ¿Alguna vez os habéis preguntado por qué los niños son capaces de brincar, correr o gritar “Mírame mamá” durante horas y horas y a vosotros os cansa hasta mirarlos? ¿Por qué cuando ibas al instituto te subías los cuatro pisos de casa de dos en dos y ahora … te cansa hasta mirarlos?

A ver, los niños no paran de saltar y vosotro ¿cuándo fue la última vez que distéis un salto? ¿y cuántas cosas os dolieron? 
¿Y por qué lo distéis? Porque para dar un salto, siendo adulto, hay que tener una buena razón, pero cuando eres pequeño, basta con dos razones, que tú tienes dos piernas y debajo hay un suelo.

La edad, diréis… sobre todo la que tienes tú, que estás muy mayor, maja. Pues no, yo tengo la auténtica explicación a este tema:

Cuando nacemos, nos dan también la energía de la que vamos a disponer a lo largo de nuestra vida; pero nos la dan toda juntita, y claro nosotros (cabecitas locas), no sabemos administrarla.

Vendría a ser como cobrar todos los sueldos que vas a tener en tu vida, de golpe, nada más nacer. ¿Piensas que te lo administrarías? ¿Que guardarías dinero para pagar todos los alquileres y recibos de la luz de toda una vida y todos los periódicos que hay que comprar para que te salgan más baratas una sartenes antiadherentes?

Entonces, como yo.

Pues con la energía ocurre lo mismo,  al principio parece muchísima y nos dedicamos a desperdiciarla tontamente, y venga a saltar y venga a correr, por eso los niños hasta cuando están sentados, no se están quietos del todo y no paran de mover una pierna, hasta que se les sale de su eje. Porque les sobra la energía, porque se les sale por los poros y creen que nunca se va a acabar.

Y ahora pasaremos a nuestro segundo grupo de estudio: Los adolescentes.

Los adolescentes son seres (algunos dicen que humanos) que tienen una mezcla desafortunada de características de los niños y de los adultos. Por ejemplo, no usan desodorante, como los niños, aunque lo necesitan, como los adultos.

Cuando eres adolescente, quizá ya no mueves la pierna arriba y abajo mientras estás sentado, pero eso es porque estás ocupado en demostrar tu disconformidad con el mundo, o en intentar resultar interesante a uno/a de tu clase.

Pero si se tercia ir a cualquier fiesta/botellón/charla insustancial en un banco a 7 km de tu casa y solo se  puede ir andando ¡Pues se va! Y para cerrar la puerta de casa, es imprescindible dar siempre un portazo ¿verdad que sí, vecinito mío del primero?

Y así vives feliz, dando portazos, hasta que un día, la energía se empieza a agotar y te das cuenta de la poquita que te queda y lo mal que la has administrado, malgastándola en dar patadas a todas las latas que veías por la calle.

Que viene a ser como cuando vas a sacar dinero más allá del día 20 tu saldo comienza a deprimirte,  te pones a recordar tiempos más felices y exclamas, agarrado al cajero:

“Cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor”

Yo fue así como me di cuenta de que me gustaban los clásicos y  de que el pobre Jorge Manrique debía ser mileurista.

En fin, que llega el momento en que no puedes salir por la noche, dos días seguidos, después, que no puedes salir uno sin que te pase factura, y llega el momento que no recuerdas cuándo fue la última vez que saliste de juerga, pero debió ser alucinante, porque ¡todavía estás cansado!